miércoles, 2 de noviembre de 2011

La castidad Matrimonial


La castidad matrimonial

Creados por amor y para el amor, el hombre y la mujer llevan en sí la natural inclinación a la felicidad. Una felicidad que, "a imagen y semejanza" de Dios, se articula en torno al amor y se alcanza con el progresivo don de sí mismos. Dar y recibir amor es el camino y el fin de la perfección humana.

La felicidad perfecta de Dios se manifiesta en su infinita liberalidad. El dar y el darse divinos constituyen la raíz del universo -incluido el hombre-; y de esa increíble intervención de Dios a favor del hombre caído por el pecado, que es la Redención. Cristo mismo, haciéndose don para la Iglesia, se erige en camino hacia su destino definitivo. La Eucaristía es la máxima expresión de esa donación de Cristo.

El amor humano, imitando el don de Dios, va ascendiendo por la escala de la generosidad: desde el amor de concupiscencia (amor egoísta que busca el propio bien), al amor de benevolencia (amor generoso que, buscando el bien ajeno, da lo que posee), hasta el amor de amistad (en que el bien ofrecido es el amante mismo: el darse del propio yo).

En tal contexto, el amor conyugal puede considerarse como la cúspide del amor de amistad. En él, la entrega del amante es total, sin reservas: encontrando la propia felicidad en hacer feliz al otro con el don de sí mismo (cfr. Humanae vitae, 9).

"De ahí la absoluta necesidad de la virtud de la castidad... energía espiritual que sabe defender al amor de los peligros del egoísmo y promoverlo hacia su plena realización" (Familiaris consortio, 33).

EL SIGNIFICADO DE LA SEXUALIDAD HUMANA

El hombre es espíritu encarnado. La persona humana no se da en abstracto, sino en forma masculina o femenina. La sexualidad es una característica esencial de la persona: sólo se es persona siendo varón o mujer. Por ello, en cierto sentido, cada persona es "incompleta": está creada para ser en comunión con la del sexo diferente. Esto no significa que los solteros o célibes sean incompletos como persona, sino que la plenitud de la unidad humana se alcanza en ese darse y recibir del amor. Pero, al no ser únicamente cuerpo, el don de sí es don de la entera persona, no sólo de su dimensión sexuada

Desde el punto de vista genital, la consumación de la sexualidad se abre, por sí misma, al hijo. Pero igual que antes, al tratarse de personas, el hijo no es tanto el resultado de un acto físico, sino "sacramento -fruto visible- del don del amor" (Livio Medina, en Amor conyugal y santidad). La fecundidad, que no es debida, es pues un don: la bendición de Dios al darse en plenitud de los cónyuges; bendición que puede llegar también por otros caminos, en el caso de matrimonios naturalmente infecundos. El amor alcanza, así, la cualidad oblativa propia del amor más noble.

Por ello, la plena relación sexual entre hombre y mujer sólo debe tener lugar en el ámbito del matrimonio, único y para siempre. "Dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Gen. 2,24). Se trata de una entrega tan completa que debe verse amparada por una institución natural que la proteja. Lo contrario dejaría desguarnecido de toda seguridad ese amor que, por su misma naturaleza, es definitivo: no cabe amar de verdad para una temporada, ni compartir tal amor con otros; esto desvirtuaría las relaciones conyugales, dejándolas reducidas a un mero pasatiempo corporal.

La unidad de cuerpo y espíritu conduce a que ese amor entre hombre y mujer se exprese corporalmente; incluso el llamado "amor platónico" tiende por sí a las manifestaciones corporales. Pero esto tiene una contrapartida importante: no es posible hacer un uso frívolo de la sexualidad, sin comprometer de alguna manera la parte superior y trascendente del hombre (cfr. FC, 11). Quien plantea el sexo como un juego, acaba esterilizando las fuentes más hondas del amor. Si no se corrige, su capacidad de amor de amistad y de benevolencia quedará progresivamente agostada. Sólo desarrollará el amor de concupiscencia; y el egoísmo que éste multiplica le impedirá radicalmente alcanzar la felicidad que pretende buscar al fomentar el placer.

La virtud de la castidad, al integrar la sexualidad en el conjunto de la persona, defiende la unidad interior del hombre (cfr. Catecismo de la Iglesia, 2337) y se muestra como una escuela de crecimiento en la caridad, resumen de todo deber del hombre con Dios y con su prójimo.

El matrimonio, cauce para la expresión de donación total

La institución natural que garantiza la estabilidad necesaria para el amor, protegiendo sus derechos y deberes, es la familia basada en el matrimonio: un acuerdo entre hombre y mujer para compartir en exclusiva la vida entera. Aún con diferentes fórmulas jurídicas, todos los pueblos han reconocido la familia y el matrimonio como cuestiones básicas de su cultura.

El matrimonio es el ámbito donde las relaciones conyugales resultan lícitas y honestas (cfr. Gaudium et Spes, 49). Fuera de él, la moral cristiana desaprueba las relaciones sexuales, aún en el caso de existir un cariño sincero y una intención futura de contraer matrimonio.

Dentro del matrimonio, las relaciones íntimas son fuente y manifestación del amor: "significan y fomentan la recíproca donación con la que (los esposos) se enriquecen mutuamente" (Ibid., 9). Llevadas a cabo con rectitud favorecen las virtudes básicas de la vida cristiana y colaboran en la madurez humana y espiritual de la persona. Esta rectitud interior, sin embargo, marca también unos límites a la propia conciencia; como en tantos otros ámbitos de la vida no todo lo que se puede hacer, se debe hacer. La castidad en su aspecto conyugal, ayuda a delimitar lo que es propiamente acto virtuoso de lo que no lo es.

Los actos conyugales, como expresión de donación y amor generoso, deben anteponer siempre el bien y la voluntad ajena a la propia (cfr. HV, 9). En este sentido, cada cónyuge tiene la obligación en justicia de acceder a la petición razonable del otro. Negarse sistemáticamente, o hacer muy difícil la relación, puede ser un pecado contra la justicia debida a quien tiene el derecho -por contrato conyugal- sobre el propio cuerpo.

Dios está presente en todas las relaciones humanas, también en las conyugales. Quiere esto decir que no será lícito aquello que ofenda a Dios por atentar contra su voluntad que, en este caso, se manifiesta a través de la naturaleza propia de la sexualidad humana y de sus condiciones anatómicas y fisiológicas. Contradice por tanto la ley de Dios todo acto hecho contra-natura: de una manera no adecuada a lo que es el natural modo de ejercitar la sexualidad.

La razón, volviendo al principio, es que un acto de este tipo no estaría guiado por el amor, sino por un egoísmo capaz de anteponer el capricho personal al bien natural establecido por Dios. Por eso iría contra la virtud de la castidad.

Vida familiar y relaciones conyugales

La vida familiar es compleja. El mismo amor esponsal no se reduce a las relaciones íntimas entre cónyuges. El día a día de la convivencia familiar está hecho de pequeños detalles que pueden acrecentar o consumir el amor. El trato delicado, el respeto hacia el otro, la memoria de sus gustos, evitar lo molesto..., contribuye a que el amor discurra por cauces pacíficos y saludables. Por el contrario, las intemperancias, los desprecios y en casos extremos la violencia verbal o física, hacen difícil la continuidad del amor.

¿Tienen algo que ver estas actitudes con la virtud de la castidad? Un antiguo refrán castellano dice: "en la mesa y en el juego se conoce al caballero"; lo cual podría aplicarse en mayor medida a las relaciones conyugales. No se trata aquí ya de una moral minimalista -de lo que es pecado o no-, sino de ver cómo las relaciones conyugales pueden enriquecer el amor matrimonial. Por principio, el amor se expresa y crece en la mutua relación y donación; pero si ésta reúne determinadas condiciones, el progreso será señaladamente mayor.

Hay que tener en cuenta que en cualquier acto conyugal intervienen dos personas, con las diferencias psíquicas y caracteriológicas correspondientes. Será imprescindible, pues, articular la relación sobre la generosidad: no buscar tanto la propia satisfacción, sino la de la persona que se ama. Y decir "satisfacción" no se refiere sólo al placer físico, sino a un conjunto numeroso de condiciones que contribuyen a la felicidad ajena: la delicadeza, el respeto por su libertad, conocer sus gustos, la perspicacia para captar su estado de ánimo, etc.

Unas relaciones conyugales así vividas, no sólo unen más a los esposos, sino que influyen positivamente en toda la vida familiar. La comprensión mutua, el deseo de ayudarse unos a otros, el esfuerzo por superar el propio egoísmo, etc., mejorarán paralelamente al progreso de la generosidad en las relaciones íntimas del matrimonio.

La castidad, por tanto, no se limita sólo a las cuestiones pecaminosas sino, antes, a tantos detalles menores que conducen "al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y ternura de Dios" (Catec., 2346). De nuevo, caridad y castidad crecen siempre de la mano.

Un camino de santidad

Por ello, el matrimonio -con todo lo que incluye- es un camino cierto de santidad cristiana. El sacrificio es uno de los ingredientes del seguimiento de Cristo, y se da en el matrimonio cada vez que uno de los cónyuges se olvida de sí mismo (sus gustos, sus intereses) para atender las necesidades del otro o de los hijos.

En las mismas relaciones matrimoniales, realizadas como antes señalábamos, se encontrarán no pocas ocasiones de mortificar las propias apetencias para preocuparse del otro. Serán sacrificios habitualmente menudos, ordinarios, pero no por ello menos importantes en orden a la santidad de los fieles cristianos corrientes.

Esto incide en una cualidad fundamental de la castidad cristiana: no se trata de un ejercicio ascético de renuncia; en su esencia es un don de Dios. Ciertamente supone lucha, como toda virtud moral; pero es gracia que el Espíritu Santo concede en el bautismo y en el sacramento del matrimonio (Catec., 2345). De ahí la necesidad absoluta de la oración humilde para pedir a Dios la virtud de la castidad (cfr. Juan Pablo II, Enchirid. familiae, V, 4197).

Los hijos, fruto de la donación total

Cuando el amor y sus manifestaciones son rectos, el fruto natural de él son los hijos. La apertura a los hijos es, por ello, la garantía de licitud de todo acto conyugal. Lo cual no quiere decir lógicamente que cada acto sea generador, sino que no se deben poner obstáculos intencionados para evitarlo.

Así planteado, surge la cuestión acerca del número de hijos que debe aceptar un matrimonio. En texto paralelo se habla con más detalle de la paternidad responsable. Aquí repetimos que los hijos son un don de Dios: premio a la generosidad del amor de los padres y vehículo para que éstos reflejen la paternidad divina (cfr. FC, 14).

Criar y educar a los hijos tiene sus dificultades, como cualquier cometido; pero también tiene sus grandes satisfacciones. No es cierto que sea más fácil educar a un hijo que a muchos; ni que se le haga más feliz al proporcionarle más juguetes que hermanos. Las familias numerosas suelen ser, con mucho, las más alegres -aunque quizá dispongan de menos cosas materiales-; de tal manera que es bastante habitual que una casa con muchos hijos sea centro de atracción de numerosos amigos y amigas, que no encuentran en su hogar ese algo especial que tienen las familias numerosas.

Las dificultades

Es evidente que todo lo reseñado presenta dificultades. Las particularidades del mundo fomentan el egoísmo: hedonismo, consumismo, etc. Alcanzar, en este contexto, un amor generoso que lleve a dar y a darse sin buscar recompensa, presenta ciertamente obstáculos nada despreciables.

Vivir la castidad en las relaciones conyugales entre las constantes incitaciones actuales al erotismo (películas, conversaciones, relaciones sociales), siendo fiel al propio cónyuge sin dar cabida -ni de pensamiento- a la infidelidad matrimonial, tampoco es fácil. Lo mismo que no lo es resistir las fuertes campañas oficiales organizadas -con excusas sanitarias engañosas- a favor de sistemas contraconceptivos de diverso tipo.

En todos estos casos, vivir la castidad -fuera y dentro del matrimonio- supone caminar contra-corriente de las modas y estilos imperantes. El entorno social es, en muchas ocasiones, la primera fuente de prejuicios o escarnios; por ejemplo, ante un número elevado de hijos. Lo cual se suma a las dificultades económicas que frecuentemente conlleva una familia numerosa.

Los obstáculos, pues, existen y sería una ingenuidad ignorarlos. Ante ellos la solución es aumentar la confianza en Dios y pedir con constancia la ayuda de su gracia. En el terreno práctico, esta actitud conduce a reforzar la vida cristiana (oración y sacramentos); a mejorar la propia formación en la fe (estudio y dirección espiritual); a luchar en los pequeños detalles (imaginación, curiosidad, pudor) que, sin llegar quizá a pecado, fomentan la sensualidad desordenada; a buscar un ámbito o comunidad cristiana de referencia -parroquia, instituciones- que ayuden a una familia a sentirse acompañada y apoyada por quienes participan del mismo ideal de santidad, etc.

Toda virtud se fortalece ante las dificultades. La castidad también. Con la ayuda de Dios, esos obstáculos se convertirán en ocasión de acrisolar la santidad personal a la que estamos llamados por cristianos.

El futuro de la Iglesia y de la humanidad

En los inicios del tercer milenio cristiano, Juan Pablo II pone su esperanza en Dios. Pero a continuación señala a la familia como germen imprescindible para la renovación de la Iglesia y del mundo en los próximos siglos. Pero ha de ser una familia fundada sobre el amor: un amor generoso, total, desprendido de sí; es decir un amor casto.

PATERNIDAD RESPONSABLE

En no pocos matrimonios la cuestión de la castidad conyugal se vincula subjetivamente al número de hijos que están dispuestos a tener. La licitud en la limitación de los hijos, primeramente; y los métodos para conseguirlo, en segundo lugar; provocan los mayores interrogantes morales a los esposos católicos. También las discordantes respuestas que encuentran, a veces, en algunos teólogos y sacerdotes, les producen no pequeño desconcierto.

Como definición "la paternidad responsable se pone en práctica ya sea con la deliberación ponderada y generosa de tener una familia numerosa, ya sea con la decisión, tomada por graves motivos y en el respeto a la ley moral, de evitar un nuevo nacimiento durante algún tiempo o por tiempo indefinido" (Humanae vitae,10).

La primera matización, por tanto, es que paternidad responsable no necesariamente coincide con paternidad reducida o escasa. Puede ser igualmente responsable la paternidad numerosa: dependerá de las circunstancias. No obstante, es muy frecuente que un matrimonio se pregunte: ¿podemos limitar -de acuerdo con la moral católica- el número de hijos a uno, dos, tres…?

La constante advertencia de la Iglesia es que el amor auténtico es siempre generoso y que "todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida" (HV, 11), que "es siempre un don espléndido del Dios de la bondad" (Familiaris consortio, 30). "Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador" (HV, 12).

La decisión sobre el número de hijos

A pesar de esto, la Iglesia, como madre que es, hace suyas las dificultades de algunos esposos para criar, alimentar y educar un número elevado de hijos (cfr. Carta a las Familias, 12). En esos casos difíciles puede legitimarse una regulación de la natalidad, que sea conforme con la vocación de toda persona al amor y respete lo indicado sobre la inseparabilidad entre la dimensión unitiva y procreativa del acto conyugal.

La decisión de limitar el número de hijos queda remitida a la conciencia de los esposos. Una conciencia que deberá ser recta -sin egoísmos que la desfiguren-, bien formada -conocedora de los criterios morales- y que valore con justicia las razones que le mueven a esa limitación.

Tales razones no pueden ser banales. Deben existir "graves motivos" (HV, 10), o "razones justificadas" (Catecismo, 2368), que hagan aconsejable el retraso de un nuevo nacimiento. Está en juego la vida de una persona humana y eso es algo muy serio: "sólo la persona es y debe ser el fin de todo acto" (Carta a F., 12). No es suficiente, por tanto, un superficial convencimiento subjetivo; los padres "deben cerciorarse de que su deseo no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad" (Catec., 2368); y esto requerirá habitualmente el consejo experimentado de alguien conocedor de las circunstancias y de la alta vocación a la santidad a que son llamados los fieles cristianos y sus familias.

Además, los motivos pueden cambiar con el tiempo, lo que llevará a los esposos a replantearse la validez de su decisión cuando se modifiquen las circunstancias.

Los medios a emplear

En el caso de que una responsable paternidad oriente a un matrimonio a limitar el número de hijos, los esposos se plantean inmediatamente qué medios pueden emplear con tal fin. Sobre ello la doctrina de la Iglesia es clara y unánime. Así como la decisión sobre el número de hijos queda en manos de la conciencia recta de los cónyuges, los medios están definidos por la moral católica.

"Toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación" es intrínsecamente deshonesta (HV, 14). Es decir, resultarán pecaminosos: toda interrupción voluntaria del acto conyugal; la esterilización -física o farmacológica- de la mujer o del varón; los instrumentos -diafragmas, preservativos- o substancias químicas que impiden el natural desarrollo del acto.

También toda acción dirigida, no al acto en sí, sino contra la vida que pudiera concebirse después del mismo: DIU y "píldora del día siguiente" (cuyos efectos "pueden" ser abortivos, aunque sean microabortos); y la píldora RU-486 y el llamado "aborto terapéutico" (que pretenden directamente el aborto). Cualquier aborto constituye un pecado gravísimo contra el quinto mandamiento, más grave que los pecados contra sólo la castidad.

"En cambio, cuando los esposos, mediante el recurso a periodos de infecundidad, respetan la conexión inseparable de los significados unitivo y procreador de la sexualidad humana, se comportan como ministros del designio de Dios y se sirven de la sexualidad sin manipulaciones ni alteraciones" (FC, 32).

Este recurso a la infertilidad natural es lícito en sí mismo y "conforme a los criterios objetivos de la moralidad" (Catec., 2370), cuando se dan las razones serias que hemos citado. En la actualidad se ha progresado en el conocimiento y detección de esos periodos infecundos, de modo que los matrimonios cristianos pueden recurrir a ellos -temporalmente o de modo permanente- cada vez con mayor certidumbre.

Una aclaración capital

La diferencia de licitud entre ambos sistemas no se basa en que sean dos maneras diferentes (artificial y natural) de alcanzar un mismo fin, sino que hay una "diferencia antropológica y al mismo tiempo moral" entre la contracepción y el recurso a los ritmos temporales de infecundidad. Diferencia "que implica dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana, irreconciliables entre sí" (FC, 32).

Lo que señala la diferencia es la intencionalidad: el objeto del acto. Una esterilización artificial puede ser lícita cuando es, por ejemplo, para curar un proceso canceroso. En cambio una decisión tan natural como el "coitus interruptus", es ilícita por el objetivo que persigue.

Un amor conyugal no es casto cuando pretende romper la unidad de aquellos dos significados fundamentales del acto matrimonial. En cambio, puede ser casto si simplemente se abstiene del uso de las relaciones íntimas en determinados periodos de la fisiología femenina. Si hay razones suficientes, esta continencia es un modo de vivir la responsabilidad que Dios puede pedir a algunos padres.

Esa continencia periódica en el uso del derecho matrimonial, realizada con sentido cristiano, lejos de enfriar el amor entre los esposos, contribuirá a acrecentarlo al compartir gozos y sufrimientos; fomentando un diálogo personal y esponsal que acrisolará su amor purgándolo de egoísmos particulares.

La invitación de Dios a la santidad en el matrimonio, comunica a los esposos la gracia necesaria para afrontar las diversas dificultades de la vida -también el esfuerzo por vivir la castidad- con paz y alegría, convirtiéndolas en ocasión de progreso espiritual y de perfeccionamiento humano.


Enciclicas de Juan Pablo II


I. ENCÍCLICAS DEL PAPA JUAN PABLO II.



1. REDEMPTOR HOMINIS [1]

Es la primera encíclica que SS. Juan Pablo II publica el 4 de marzo de 1979, afirmando que Jesucristo es el redentor del hombre y el centro del cosmos y de la historia de la humanidad[2]. Está divida en cuarto partes: en la primera, titulada “Herencia”, el papa se sitúa y sitúa a la Iglesia a finales del segundo milenio y, en línea del pontificado del Papa Pablo VI, muestra una gran confianza en el Espíritu de Verdad y de Amor. Una segunda parte, titulada “el misterio de la redención”, hace una relectura actualizada de lo que significa la redención desde el doble punto de vista humano y divino. Y subraya que la Iglesia tiene como misión redimir y liberar al hombre. La tercera parte analiza la situación del nombre contemporáneo, es muy conocida la frase de que “el camino de la Iglesia, hoy, pasa por el hombre concreto”. El Papa analiza los miedos del hombre contemporáneo y se pregunta hacia dónde camina el progreso: ¿hacia la construcción o hacia la destrucción? Finalmente, en una cuarta parte, titulada “la misión de la Iglesia y la suerte del hombre” hará hincapié en el servicio que debe prestar la Iglesia a la verdad y a la transformación de la realidad social.[3] Redemptor Hominis redactada íntegramente por el Papa, es una reflexión sobre el hombre y una ardiente defensa de la dignidad humana. El texto condena expresamente cualquier atentado contra la persona como la tortura, la falta de libertad, el terrorismo y los totalitarismos, sin especificar ideología. Toda la encíclica es una llamada a los hombres para que se unan en torno a la Iglesia, “depositaria de la verdad y de la libertad” revelada en Jesucristo. El Pontífice se mostró conservador con respecto a las nuevas directrices teológicas surgidas en Europa y en el Tercer Mundo y pesimista ante las conquistas humanas de este siglo.[4]



2.  DIVES IN MISERICODIA

 Su segunda encíclica, Dives in misericodia (rico en misericordia), fechada el 30 de noviembre de 1980, está dedicada al amor misericordioso del Padre:”la Iglesia y el mundo- dice al anunciarla a la hora del Ángelus- tienen necesidad de la misericordia, la cual expresa el amor más fuerte que el pecado y que todo mal”[5]. Es un documento extenso dividido en ocho grandes apartados o capítulos. En sustancia, trata de poner de relieve el rostro revelado del Dios Cristiano como misericordioso. La misma encarnación sólo tuvo sentido desde la misericordia entrañable. Jesucristo es el maestro y modelo de lo que es la misericordia divina, tanto en su enseñanza como en su obrar. En este sentido es paradigmática la parábola del padre misericordioso y el hijo prodigo. El misterio pascual, contemplado desde la misericordia de Dios, nos habla de un amor más fuerte que la misma muerte y más fuerte que el pecado. María puede ser considerada como madre de misericordia, y la Iglesia, de generación en generación, debe ser testigo y profeta de misericordia de Dios con los hombres entre sí. Por eso es necesario que la Iglesia pida con insistencia la misericordia divina para poder practicarla y para que sea una realidad de cada hombre y de la humanidad en su conjunto.[6] En esta segunda encíclica, de marcado carácter social, Juan Pablo II propone el cambio del término justicia por el de misericordia. Afirma que, ante las amenazas a las que está sometido el hombre contemporáneo, el complemento de la misericordia divina es más grande que cualquier miseria y más completa que cualquier justicia, junto con la realidad de la Iglesia como tabla de salvación de la humanidad.[7]













3. LABOREM EXERCENS [8]

El 14 de septiembre de 1981, el Papa promulga su tercera encíclica: “Laborem exercens”, enriqueciendo y profundizando la visión personalista del trabajo, que vuelve a proponer como la “clave esencial de toda cuestión social”[9]. Al cumplirse los noventa años de la “Rerum novarum”, Juan Pablo II dedica la encíclica “Laborem exercens” al trabajo, como bien fundamental para la persona, factor primario de la actividad económica y clave de toda cuestión social. La Laborem exercens delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en el contexto de una profunda reflexión teológica y filosófica. El trabajo debe ser entendido no solo en sentido objetivo material; es necesario también tener en cuenta su dimensión subjetiva, en cuanto actividad que es siempre expresión de la persona. Además de ser un paradigma decisivo de la vida social, el trabajo tiene la dignidad propia de un ámbito en el que debe realizarse la vocación natural y sobrenatural de la persona[10]. Para comprender esta encíclica y las restantes de  Juan Pablo II hay que remitirse a Redemptor Hominis, encíclica programática de lo que quería fuese su pontificado; esta intencionalidad se podría  resumir en dos afirmaciones: el  hombre solo  se entiende plenamente desde  la persona de Jesucristo, y el hombre es el camino de la Iglesia. Contiene cuatro partes: 1º parte: el trabajo y el hombre a la luz de la Palabra de Dios (génesis). 2º parte: el conflicto entre trabajo y capital en la presente fase histórica. 3º parte: los derechos de los hombres trabajadores. 4º parte: los elementos para una espiritualidad del trabajo. Principales aportaciones, esta encíclica aborda un solo tema, el trabajo humano; Juan pablo II reflexiona sobre este tema teniendo en cuenta de los dos sistemas, el capitalista y el socialista. Cuestiona a los dos sistemas para ver en qué medida realmente se da la realización personal del trabajador. El pondera la importancia de la doctrina social de la Iglesia al abordar las cuestiones sociales, y las citas que pone son en su mayoría de la Biblia y del Magisterio. Es este documento se perfilan los rasgos básicos de una espiritualidad del trabajo desde la teología de la creación y de la redención. La antropología cristiana al ver en cada ser humano la imagen de Dios, enriquece grandemente la consideración de todo quehacer humano y, especialmente, el sentido y condiciones del trabajo.[11] Juan Pablo II arremete contra el liberalismo y el coleccionismo, adentrándose en unas reflexiones, nuevas en la literatura de las encíclicas, que abrogan por la cogestión y la autocogestión. Más que en otras encíclicas sociales, el papa se relaciona con una vieja tradición cristiana que relativiza el principio de la propiedad y que considera al trabajo como instrumento mediante el cual el hombre cumple la misión de dominar la tierra que le ha sido asignada por el Dios de la Biblia.[12]



4. SLAVORUM APOSTOLI

El 4 de junio de 1985 publica su cuarta encíclica, “Slavorum apostoli”. El dos de junio de 1985 el papa Juan Pablo II escribió una encíclica sobre la memoria evangelizadora de los santos Cirilo y Metodio después de once siglos y a quienes nombra patronos de Europa, junto con san Benito. La encíclica, de sencilla estructura, consta de ocho capítulos. En ellos se dibuja una referencia biográfica y se destaca su misión como heraldos del evangelio. El Papa llega a decir que implantaron la Iglesia de Dios con un sentido católico de la misma. Supieron unir evangelio y cultura y, en este sentido, son como un paradigma, entre los eslavos, para el tercer milenio[13]. Dedicada a los santos eslavos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos, el texto propone que los habitantes de los países de esta etnia puedan practicar su fe cristiana sin cortapisas y que le mensaje de estos santos se convierta en un puente ideal entre el Este y el Oeste[14]



5.  DOMINUM ET VIVIFICANTEM

En la solemnidad de Pentecostés, el 18 de mayo de 1986, publica su quinta encíclica “Dominum et vivificante”, sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo. El Papa Juan Pablo II ha escrito tres grandes encíclicas sobre las tres personas de la Trinidad: sobre el Hijo (Redemptor hominis), sobre el Padre (Dives in misericordia) y sobre el Espíritu Santo (Dominun et vivificantem) esta última está dividida entre partes. La primera, titulada “el Espíritu del Padre y del Hijo dado a la Iglesia”, hace un recorrido sobre la importancia del Espíritu Santo en la vida y misterio de Jesucristo y en la vida misma de la Iglesia. En la segunda parte, “el Espíritu que convence al mundo del pecado”, nos descubre cómo sin el Espíritu Santo es fácil perder la conciencia y noción de pecado y, por lo mismo, la necesidad de salvación, purificación y limpieza. La tercera parte, “el Espíritu Santo que da la vida”, nos habla de la alegría  del jubileo 2000, que ya se anuncia, y de la importancia de la tercera persona de la Santísima trinidad para hacer posible la unión de cada hombre con Dios y la unión de la propia Iglesia (esposa) con Jesucristo (esposo). Gracias al Espíritu, cada bautizado, y la Iglesia, pueden esperar y vivir a Dios en intimidad y en relación personal, como esposo.[15]La encíclica está dedicada enteramente al Espíritu Santo. Está dirigida a los creyentes, pero en realidad podría ser más bien definida como” carta a los ateos”, ya que el interlocutor principal de la encíclica es el mundo de los no creyentes. El Papa insiste en la necesidad de que la humanidad entre en un clima de conversión.[16]



6. REDEMPTORIS MATER

El 1 de enero el Papa anuncia un año Mariano, que se celebrará desde la solemnidad de Pentecostés de 1987 hasta la solemnidad de la Asunción de 1988. Como vademécum espiritual y pastoral para ese año mariano, se publica su sexta encíclica: “Redemptoris mater”, fechada el 25 de marzo de 1987. Con ella quiere enfocar el sentido del año mariano que iniciaba el 7 de junio. Año mariano que “quería subrayar cómo con el misterio de la encarnación la historia de la humanidad ha entrado en la plenitud de los tiempos y que la Iglesia es el signo de esta Plenitud” (nº 49). Consta de tres partes. En la primera sitúa a María dentro del Misterio de Cristo y hace una lectura de los títulos de la virgen como llena de gracia, feliz porque ha creído y madre de la Iglesia y de la humanidad. En una segunda parte, “la madre de Dios en el centro de la Iglesia”, se hace una relectura del Magníficat y se aboga por el camino de la unidad de los cristianos. Y, ya en una tercera parte, titulada “mediación materna”, se centra el Papa en lo que son propiamente las claves de una mariología con los siguientes apartados: esclava del Señor, Madre de la Iglesia y de cada cristiano.[17]Desde el principio queda patente el tono “milenarista” de esta encíclica cuan do afirma: “la circunstancia que hoy me empuja a tratar este argumento (el de la virgen) es la perspectiva del año 2000, ya muy cerca, en el que el jubileo bimilenario del nacimiento de Cristo oriente al mismo tiempo nuestra mirada hacia su Madre”. Respecto al sacerdocio femenino, niega que esta capacidad de la mujer al afirmar que María “no figuraba entre los discípulos que envió por todo el mundo para enseñar a todas las naciones[18]”.



7. SOLLICITUDO REI SOCIALIS

El 30 de  de diciembre, en el vigésimo aniversario de la “Populorum progressio” de Pablo VI, firma su  séptima encíclica: “Sollicitudo rei socialis” 102 con la encíclica “Solicitudo rei socialis”,[19] Juan Pablo II conmemora el vigésimo aniversario del  “Populorum progressio” y trata nuevamente el tema del desarrollo bajo un doble aspecto: 2 el primero, la situación dramática del mundo contemporáneo , bajo el perfil del desarrollo fallido del  Tercer Mundo, el sentido, las condiciones y las exigencias d un desarrollo digno del hombre”.[20] La encíclica introduce la distinción entre progreso y desarrollo, y afirma que “el verdadero desarrollo no puede limitare a la multiplicación de los bienes y servicios, esto es, a lo que se posee, sino que debe contribuir a la plenitud del ser del hombre. De este modo pretende señalar con claridad el carácter moral del verdadero desarrollo”[21]. Juan Pablo II, evocando el lema del pontificado de Pio XII, “Opus iustitiae pax”, la paz como fruto de la  justicia, comenta: “ Hoy  se podría decir, con la  misma exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (cf. Is 32, 17; St 3,18)“, Opus solidaritatis pax, la paz como fruto de la  solidaridad”[22]el Papa reafirma en esta encíclica la importancia de la Doctrina  Social de la Iglesia como  parte constitutiva de la revelación, del Magisterio y de la teología moral. Contiene cinco partes y una conclusión: 1º la novedad de Populorum progressio. 2º el mundo contemporáneo. 3º el autentico desarrollo humano. 4º una lectura teológica de los tiempos modernos.5º algunas orientaciones particulares. Principales aportaciones: la encíclica se centra en el desarrollo humano en el panorama actual y, desde una lectura teológica original y sugerente, termina dando orientaciones concretas sobre temas importantes relacionados con el desarrollo humano. Juan Pablo II pide al socialismo y al capitalismo un cambio profundo en el enfoque y en la promoción del desarrollo humano. El desarrollo humano no se produce de forma automática y hay que excluir una comprensión del desarrollo humano como acumulación de bienes materiales. La paz está vinculada a la justicia y a la solidaridad con que se proyecta el desarrollo humano a escala mundial. Este camino contiene muchos obstáculos políticos y estructurales; el cambio radical de estos es una cuestión moral, no solo técnica o burocrática, y requiere la implicación de todos. El papa hace un llamamiento a la colaboración de todos, pues está en peligro la dignidad humana de muchas personas. A los católicos nos recuerda dos cosas: el reino de Dios no se identifica con ninguna realización humana y, la conexión entre el reino de Dios y la Eucaristía.[23]



8. REDEMPTOR MISSIO con fecha 7 de diciembre de 1990 firma su octava carta encíclica: “ Redemptor missio,” sobre la validez permanente al mandato misionero. Redemptor missio “Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina”.[24]Trata de subrayar el valor permanente de dicha misión hacia los gentiles (“ad gentes”). Resumimos los ocho grandes capítulos. En el primero, se sitúa a Jesucristo como único salvador. La Iglesia es signo e instrumento de salvación y ésta va dirigida a todos los hombres. El segundo capítulo trata expresamente del “reino”. Cristo hace presente dicho reino y está operante en todo tiempo y lugar. Incluso se puede decir que la actividad misionera está aún en sus comienzos. Por eso el cuarto capítulo, enlazando con el anterior, habla de los “inmensos horizontes de la missio ad gentes “que hoy debe dirigirse sobre todo al sur y a Oriente. Para responder a cuáles son los caminos de la misión, se insiste, en un quinto capítulo, en el testimonio como primera forma de evangelización, en el primer anuncio, en la formación de las Iglesias locales, y en la encarnación del evangelio en todas las culturas. Es necesario el diálogo interreligioso, siempre teniendo la caridad como fuente y criterio de la misión. El sexto capítulo habla de los responsables y agentes de la pastoral misionera, y menciona expresamente a los misioneros e institutos misioneros, a los sacerdotes diocesanos, a los laicos, a los catequistas y a las congregaciones misioneras. Un séptimo capítulo trata de la cooperación en la actividad misionera por parte de los cristianos, de las Iglesias locales y de las Obras Misionales Pontificias. Insiste el Papa en que no sólo hay que dar misión sino también recibir, que Dios está preparando una nueva primavera del evangelio. Finalmente, el octavo capítulo trata expresamente de la espiritualidad misionera que consiste en dejarse guiar por el Espíritu, vivir el ministerio de Cristo enviado, amar a la Iglesia y a los hombres como Jesús los ha amado y, en definitiva, llegar a la santidad porque el verdadero misionero es el santo.[25]



9. CENTECIMUS ANNUS

 El día 1 de mayo de 1991, en la fiesta de san José Obrero, día del trabajo, el Papa promulga su novena encíclica, “Centecimus annus,” con ocasión del centenario de la “Rerum novarum” de león XIII. Es la tercera encíclica de tema social, después de la “Laborem execens (1981)” y “Sollicitudo rei socialis” (1987), 103 en el centenario de la “Rerum novarum”, Juan Pablo II promulga su tercera encíclica social, la Centesimus annus,[26]que muestra la continuidad doctrinal de cien años de magisterio social de la Iglesia. Retomando uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política, que había sido e tema central de la encíclica precedente, el Papa escribe: “el principio que hoy llamamos de solidaridad… León XIII es designado con la expresión no menos significativa de caridad social, mientras que Pablo VI, ampliando el concepto, en conformidad con las actuales y múltiples dimensiones de la cuestión social, hablaba de civilización del amor”[27]. Juan Pablo II pone en evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada hombre en Dios es la condición de un auténtico desarrollo humano. El articulado y profundo análisis se las “res novae”, y especialmente del gran cambio del 1989, con la caída del sistema soviético, manifiesta un aprecio por la democracia y por la economía libre, en el marco de una indispensable solidaridad.[28]



10. VERITATIS SPLENDOR

El 6 de agosto de 1993, Juan Pablo II firma su décima encíclica, sobre algunas cuestiones de la enseñanza moral de la Iglesia. Veritatis splendor: los diez mandamientos “constituyen las reglas primordiales de toda vida social”[29] está dividida en tres partes. Así, la primera parte, tomando como hilo conductor el pasaje de Mt 19, en el encuentro de Jesús con el joven, refiere el versículo ¿qué tengo que hacer? La respuesta de Jesús es clara: guarda los mandamientos, ven y sígueme, aunque parezca una empresa difícil, para Dios todos es posible porque Él estará con nosotros hasta el final de los tiempos. Se puede afirmar que esta parte asienta los fundamentos de toda moral cristiana: el seguimiento y configuración con Jesucristo. En la segunda parte, el pasaje evangélico es Rm 12, 2: “No os conforméis a la mentalidad de este mundo”. Hace un discernimiento de algunas tendencias de teología moral actual. En concreto sale al paso, para equilibrar, libertad y la ley, conciencia y verdad, opción fundamental y comportamientos concretos. Finalmente, en tercer capítulo, el pasaje es 1 Cor 1,17: “para no desvirtuar la cruz de Cristo”. Es un aliento para reforzar el bien moral como parte importante de la vida de la Iglesia y del mundo. Desde la moral cristiana se debe renovar la vida personal y social aunque suponga incluso el martirio, el papa hace una llamada a los obispos como responsables de que la enseñanza sea correcta.[30]



11. EVANGELIUM VITAE

En la solemnidad de la Asunción del Señor, 25 de marzo de 1995, publica su undécima encíclica “Evangelium vitae.” (El evangelio de la vida) sobre el carácter y el valor inviolable de la vida humana. Consta de cuatro partes. En el primero, que hace referencia al pasaje del Génesis (la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo, Gn 4) refiere las actuales las actuales amenazas a la vida humana: todas las formas que van contra la vida, desde el inicio hasta el fin, y que favorecen la cultura de muerte. El segundo capítulo (“he venido para que tengan vida”) subraya el mensaje cristiano sobre la vida y, en este sentido, se vuelve la mirada hacia Jesucristo. Estamos llamados a reproducir la imagen del Hijo porque todo el que cree en él no morirá jamás ( Jn 11, 26). En este sentido la vida humana de alarga hasta la vida eterna. El hombre es responsable ante Dios de la vida con lo que hace con este don de Dios. El tercer capítulo   tercero nos recuerda la ley de Dios: no matarás. La vida humana es sagrada e inviolable. Se hace una condena expresa, por eso, del aborto y de la eutanasia; y se nos invita a no confundir la ley civil (positiva) con la ley moral. En cualquier caso debemos promover la cultura de la vida. Finalmente, el cuarto capítulo, anima precisamente a promover una defensa activa de la vida. Los cristianos, la Iglesia, podemos llamarnos “el pueblo de la vida y para la vida”. Debemos ser servidores del Evangelio de la vida y realizar un cambio de mentalidad y corazones (“porque somos hijos de la luz”), personal y comunitario: no se puede decir que se tiene fe si no va acompañada esta profesión de buenas obras (St 2, 14).[31]  



12. UT UNUM SINT

Su duodécima encíclica, “Ut unum sint”sobre el compromiso ecuménico, se publicó el 25 de mayo de d1995. Sobre el empeño ecuménico. Es la primera encíclica de la historia dedicada el ecumenismo; entre las novedades del texto cabe destacar la oferta de Papa a los responsables de las otras Iglesias, a los que invita a un diálogo directo sobre la primacía de Roma, uno de las temas calve que separa a los cristianos.[32] Esta encíclica tiene como intención llamar a la unidad de los cristianos, que el concilio Vaticano II ha recordado vehementemente.



13. FIDES ET RATIO

 El 14 de septiembre de 1998, publica la decimotercera encíclica. “Fides et ratio” sobre las relaciones entre la fe y la razón. Fruto de 12 años de trabajo de una comisión de teólogos y filósofos, dirgida y redactada por el propio Karol Wojtiyla, esta encíclica tiende una mano a la razón, a la filosofía, reconociendo su contribución al progreso humano y al enriquecimiento de la fe, pero no renuncia a dictarle a la razón las condiciones imprescindibles sobre las que debe basarse la nueva armonía entre los dos adversarios históricos. El Papa se reafirma en su línea de apertura hacia todas las cultura, dando a entender que la Iglesia Católica, la misma que organizó las tribunales de la Inquisición, la que condenó a la hoguera a Giordano Bruno, la que contribuyó a generar un sentimiento hostil hacia el pueblo judío, ha cambiado de talante y se muestra dispuesta a ocupar un espacio de paz, pero la encíclica fides et ratio deja claro que el magisterio eclesiástico debe reservarse una función de control.[33]



14. ECCLESIA DE EUCARISTIA

Durante la misa “In cena Donini”, celebrada en la basílica se san Pedro, jueves santo, 17 de abril de 2003, firma su decimocuarta encíclica, “Ecclesia de Eucaristia”. Se trata de un documento fundamentalmente doctrinal y teológico dedicado al sacramento de la Eucaristía, es una severa admonición contra los abusos que se han cometido después del Concilio Vaticano II en la Eucaristía y una alerta contra las ilusiones ecuménicas que pasan por alto el diferente valor que tiene este sacramento para los católicos y protestantes[34].



II. EXHORTACIONES APOSTÓLICAS POSTSINODALES.



1. CATECHESI TRADENDE

 El 16 de octubre, en se primer aniversario de su pontificado, publica la exhortación apostólica “Catechesi tradende”, fruto de la IV Asamblea del Sínodo de los obispos, celebrado en octubre de 19777 sobre el tema: “la catequesis en nuestro tiempo, con especial atención a los niños y a los jóvenes”[35] el planteamiento principal estaba centrado en la catequesis de los niños. Pablo VI lo amplió al mundo de los jóvenes: esto es el fruto de una renovación catequética iniciada por los años 50.[36] La exhortación Apostólica , quiere reforzar la solidez de la fe y de la vida cristiana, dar un nuevo vigor a las iniciativas emprendidas, estimular la creatividad y contribuir a difundir en la comunidad cristiana la alegría de llevar al mundo el misterio de Cristo (nº4). Incluye las exigencias morales sociales como cuidado que tendrá de no omitir, sino de iluminar como es debido, realidades como la acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna. La catequesis tiene el papel  de fundamental  de ayudar a los catequizandos en la búsqueda  cristiana de la propia identidad, en una sociedad  plural, demostrando los rasgos de su personalidad cristiana, de forma dialogal, sobre todo a través de su testimonio de vida,[37] revaloriza la comunidad parroquial, como lugar privilegiado de la catequesis, habla  de la catequesis misionera o precatequesis





2. FAMILIARIS CONSORTIO

“la misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo” es el tema de V Asamblea general del Sínodo de los obispos, que se celebró el 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980 en el Vaticano. Juan Pablo II les recuerda a los padres sinodales que a través de la familia cristiana la Iglesia vive y cumple la misión que le confió Cristo. Después de casi un mes de trabajos, la asamblea concluye con su mensaje, en el que los padres sinodales recomiendan a las familias dos consignas: el amor y la vida para ser fermento de esperanza en la sociedad.[38] El 22 de noviembre de 1981 promulga la exhortación apostólica “Familiaris consortio” fruto y coronación de los trabajos del Sínodo de los obispos celebrado en 1980. Consta el documento de cuatro partes. La primera refleja las luces y sombras de dicha familia en la sociedad en la sociedad actual. La segunda parte subraya el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. La tercera parte habla de la misión de la familia cristiana en la transmisión de la vida, en la educación, en el desarrollo de la sociedad, y en la misión evangelizadora y celebrativa. La cuarta parte habla especialmente de la pastoral familiar, dividido en cuarto subapartados: tiempos, estructuras, agentes y situaciones especiales. En lo relativo a los tiempos, se afirma que la Iglesia acompaña a la familia cristiana en todo su camino existencial (preparación, celebración y pastoral postmatrimonial). En cuanto a las estructuras que realizan la pastoral familiar, se habla expresamente de la parroquia, la propia familia, las asociaciones de familias. Al hablar de agentes de pasa toral, nombra a los obispos y presbíteros, religiosos y religiosas, laicos especializados y los mismos destinatarios. Finalmente, se refiere a casos difíciles o situaciones irregulares como matrimonio de religión, mixta, matrimonios a prueba, uniones libre de hecho, católicos que celebran sólo matrimonio civil, separados y divorciados no casados de nuevo y los casados de nuevo. Finalmente, se refiere apersonas privadas de familia.[39]



3. RECONCILIATIO ET PAENITENCIA

El dos de diciembre de 1984, primer domingo de adviento, firma la exhortación apostólica Postsinodal “Reconciliatio et paenitencia” fruto de la VI asamblea general del Sínodo de los obispos[40], sobre la reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia, que se celebró en Roma del 29 de septiembre al 28 de octubre de 1983.



4. CHRISTIFIDELES LAICI

Se celebró en el Vaticano, del 1 al 30 de octubre de 1987, la VII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos sobre el tema: vocación y misión de los laicos en el mundo. El 30 de diciembre entrega a la Iglesia su exhortación apostólica postsinodal “Christifideles laici”[41]. El Papa afirma que todos los miembros de la Iglesia son participes se su dimensión secular.[42] El texto se propone, por último, como ocasión de diálogo con todos aquellos que desean sinceramente el bien del hombre. En dicho documento magisterial, se sitúa al fiel laico desde el primer momento en misión, siendo, participando, viviendo: es el obrero de la viña(nº1) con ello el papa pretende evitar la separación entre fe y vida, caer en un nuevo clericalismo. Este obrero que trabaja  en la viña del mundo se encuentra con mundo paradójico: secularizado pero con hambre de Dios; es un  mundo que necesita a Cristo para ver contestados sus problemas e interrogantes (nº 7)[43] como conclusión, Christifideles Laici, ha sentado las  bases  de una teología y de una espiritualidad laical en clave eclesiológica ( identidad eclesial y relación Iglesia- mundo) y abre la puerta a diversas expresiones de espiritualidades laicales sin perder el tronco o eje que vertebra la única teología y espiritualidad laical.[44]





5. PASTORES DABO VOBIS

La VIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, dedicada al tema de la formación sacerdotal, se desarrolla en el Vaticano del 30 de septiembre al 28 de octubre de 1990. Con la exhortación apostólica postsinodal “Pastores dabo vobis” firmada el 25 de marzo de 1992, solemnidad de la anunciación del Señor, entrega a la Iglesia los frutos de la reflexión de la VIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, dedicado a la formación sacerdotal.[45] Lleva por título “sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual”, y consta de seis capitulo: en el primer capítulo se describen los desafíos del final del segundo milenio en relación a la formación; en el segundo, se recuerda la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial; un tercer capítulo hace referencia a la formación espiritual del sacerdote; el capítulo cuarto habla de la  pastoral; el quinto, de la formación de los candidatos al sacerdocio, y el sexto capítulo, de la formación permanente de los presbíteros.[46]



6. VITA CONSECRATA

 La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, es el tema de la IX Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que se celebra en el Vaticano del 2 al 29 de octubre de 1994. Con la exhortación apostólica postsinodal “vita consecrata”, publicada el 25 de marzo, recoge los frutos de la IX Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo.[47] La introducción (nn. 1-13) comprende una mirada a las diversas formas de vida religiosa que la actividad del Espíritu ha suscitado en la Iglesia en este tiempo y señala las finalidades de la exhortación: sobre todo alentar y orientar a los consagrados ante los desafíos propios de nuestro tiempo postconciliar. Las tres partes centrales del documento papal están determinadas por tres perspectivas desde las cuales se contempla la vida consagrada: la consagración, la comunión y la misión. Los títulos de cada una de ellas son ya reveladores: I. confessio trinitatis. II. Signum fraternitatis, III. Servitium charitatis. La primera parte (nn 14-40) considera la vida consagrada a la luz del misterio trinitario. La segunda (nn 48- 71) se detiene a analizarla como signo de comunión en la Iglesia. La tercera (nn 72-112), mira la vida consagrada como una epifanía del amor de Dios en el mundo. Las tres partes tienen una extensión bastante proporcionada dentro del conjunto. La exhortación, concluye con una penetrante meditación sobre la escena de Betania (Jn 12, 1-10), ha centrado los elementos fundamentales de teología de la vida religiosa posconciliar, ha estimulado la reflexión y profundización en algunos puntos particularmente relevantes de su triple dimensión: consagración, comunión y misión; y ha servido, ciertamente, para esforzar apostólicamente a los consagrados ante las nuevas situaciones que al mismo tiempo les agobian y potencian. Pudo y quiso abrir el horizonte con palabras y recuerdos esperanzadores.









7. PASTORES GREGIS

Se celebra en Vaticano, del  30 de septiembre al 27 de octubre de 2001, la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, sobre el tema: “el obispo, servidor del evangelio de Jesucristo para la esperanza del mundo.”El 16 de octubre de 2003, 25º aniversario de su elección a la cátedra de Pedro, firma la exhortación apostólica postsinodal “pastores gregis”, fruto de la X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos celebrado en el año 2001[48]







































[1] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis,13: AAS 71 (1979)
[2] Cfr L´osservatore Romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de abril de 2005 página 8
[3] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 935 Raúl Berzosa Martínez
[4] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.
[5] Op. Cit. P 9
[6] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 322 Raúl Berzosa Martínez
[7] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.

[8]  Cf, Juan Pablo II, carta enc. Laborem exerces: AAS 73 (1981) 577-647.
[9] Loc. Cit.
[10] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”…COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA n101.-  ciudad del vaticano. Librería Editrice Vaticana. 2005, p 56
[11] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122)  633-634 Jesús Sastre.
[12] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.
[13] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122)  1001 Jesús Sastre.
[14] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.
[15] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 336 Raúl Berzosa Martínez
[16] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.
[17]Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 935  Raúl Berzosa Martínez
[18] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.
[19] Cf. Juan Pablo II, carta enc.  Solicitudo rei socialis: AAS 80 (1988) 513-586.
[20] Congregación para la Educación Católica, orientaciones para el estudio y enseñanza de la doctrina social de la Iglesia en la formación de los sacerdotes, 26, tipografía poliglota Vaticana, Roma 1988, pp. 31-32
[21] Loc. Cit.
[22] Cf. Juan Pablo II, carta enc.  Solicitudo rei sociales, 39: AAS 80 (1988) 568
[23] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 1003 Jesús Sastre.
[24] Juan Pablo II, carta encíclicaRedemptor missio, 11 AAS, 83 (1991) 260
[25] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 936 Raúl Berzosa Martínez
[26] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus: AAS 83 (1991) 793- 867.
[27] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 10: AAS 83 (1991) 805
[28] Pontificio Consejo “Justicia y Paz”…COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA._ ciudad del vaticano. Librería Editrice Vaticana. 2005, p 57
[29] Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 97: AAS 85 (1993) 1209
[30] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 1092 Raúl Berzosa Martínez
[31] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 410 Raúl Berzosa Martínez
[32] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  21 94.
[33] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  22 94.
[34] Q.W. EDITORES S.AC… vida y obras de Juan Pablo II, EL MAGNO.- LIMA  2005. Grupo la República. Pag  22 94.
[35] L´osservatore romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de  abril de 2005 p8
[36] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122)179
[37] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122)181
[38] L´osservatore romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de  abril de 2005 p8
[39] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 410 Raúl Berzosa Martínez
[40] L´osservatore romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de  abril de 2005 p11
[41] L´osservatore romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de  abril de 2005 p11-12
[42] Juan Pablo II, exh. Ap. Christifideles laici, 15: AAS 81 (1989) 414
[43] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 205
[44] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 208
[45] L´osservatore romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de  abril de 2005 p 13
[46] Vicente María Pedrosa… Diccionario de pastoral y evangelización.- España, editorial Monte Carmelo2001.(1122) 866 Raúl Berzosa Martinez.
[47] L´osservatore romano. Año XXXVII, nº 14 (1,893) 8 de  abril de 2005 p 17